Un domingo en Montmartre

Suena la música de un viejo bandonéon… ¿Buenos Aires?. No, Montmartre, el barrio bohemio, el de los viejos artistas. Picasso, Apollinaire, Camus… Hoy su legado lo recogen sus calles y plazas, los artistas callejeros y el mercadillo de los domingos. El sabor a pan caliente cada mañana temprano, las colinas de los molinos y la Basílica del Sagrado Corazón.

Salgo del metro por la Place du Tertre. Allí me siento un rato, al sol de la mañana, a ver a los pequeños pintores que retratan cada centímetro de Montmartre, emulando a viejos genios de la paleta que se inspiraron en sus calles. El barrio más alto de la ciudad es un río de gente. Un domingo por la mañana Montmartre te invita al mundo y a la vida.

Sus pequeñas callejuelas y placitas tienen un colorido especial. El aroma del café se derrama lentamente. Las pequeñas terrazas preparan sus dulces y pasteles, y cientos de turistas leen la carta del menú en los paneles de madera. Es el sabor genuino de la París popular, la nostálgica, la que se debate entre lo pintoresco y lo sugerente.

Amas París a bordo de la música bulliciosa de Montmartre. Algunos dicen que se ha vuelto con los años demasiado turístico. No les hagáis caso. No tienen ojos para el encanto de lo popular. La magia de este barrio te llega a los sentidos. Sólo hace falta descubrirla, sentirla… o, mejor dicho, dejarse atropellar por ella.

¿Habéis visto la película de Amelie?. Precisamente llevo en el mp3 de fondo la banda sonora mientras paseo por Montmartre. En cada esquina un pequeño lienzo, un bistro, un restaurante. Entro en una pastelería y pido uno de los crepes que, aún crujientes, son uno más de los olores y sabores de este barrio.

Poco a poco el bullicio de gente se desborda. Al fondo comienza a aparecer la silueta blanca del Sagrado Corazón. A ambos lados de la calle las tiendas de souvenirs se empapan de turistas, y un círculo de cámaras de fotos persigue a los truhanes que juegan a esconder la bolita. Algunos apuestan, y ganan, otros se despistan y…

Montmartre es un pequeño universo de miles de domingos en uno solo. Las horas pasan y el tiempo te devuelve a la realidad soñada. París echa el telón más abajo, en un atardecer que envidia el color de las callejuelas de Montmartre.

Foto Vía Albany

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